Niki de Saint Phalle, fue un verdadero ejemplo de artista
total. Capaz de posar como modelo de moda, esculpir, crear perfumes, imaginar
gigantescas estatuas, concebir figuras en movimiento perpetuo, a su imagen y
semejanza, aún hoy, justo cuando se cumplen 84 años de su nacimiento —efeméride
que Google conmemora en un nuevo doodle—, su obra sigue asombrando.
Hija de madre americana y padre francés, banquero,
arruinado, en 1929, Niki de Saint Phalle nació en Neuilly, en la periferia más
dorada de París, y se educó entre Connecticut y Nueva York. Descubriría su
vocación en 1953, gracias a una depresión que le llevó a ser internada en un
sanatorio.
Con Harry Mathews, su primer marido, el fundador de «Locus
Solus», compartía una concepción jocosa y misteriosa del arte, acentuada por la
poderosa personalidad de su segundo esposo, el escultor Jean Tinguely. Con ellos,
y con muchos otros amigos, Niki vivió una vida nómada entre Nueva York, París,
Los Ángeles, Deya, la Toscana, la Costa Azul y la Provenza, creando,
inventando, pintando, imaginando mundos maravillosos, que ella tenía la gracia
de crear y proponernos, como ofrendas. Sus obras más emblemáticas quizá sean
sus «Nanás» (Chicas, Mozas, Mujeres, Señoras), lúdicas, juguetonas, gordas,
aéreas, maravillosas, infantiles, como inmensas muñecas capaces de habitar en
bosques, jardines y fuentes encantadas.
La artista también «fue una de las primeras en hacer
performances, una de las primeras artistas feministas, de las primeras en
interesarse en el espacio público y en ser globalmente política».
Sola, o en compañía de Tinguely, Niki de Saint Phalle
realizó impresionantes encargos para decorar plazas públicas. Una de esas
fuentes más famosas es la que se encuentra ante una de las puertas de entrada
del parisino Centro Pompidou: una colección de «móviles» y arquitecturas
acuáticas se ofrecen en espectáculo a los niños y mayores que contemplan,
encantados, un espectáculo onírico de misteriosa belleza lírica.
En 1976, en Nueva York, Niki confesó a una amiga italiana,
Marella Caracciolo Agnelli, que el sueño de su vida era crear su propio bosque
encantado, a imagen y semejanza del Parque Güell, de Gaudí, en Barcelona.
Marella y sus hermanos, Carlo y Nicola, hicieron posible ese sueño, ofreciendo
a la artista una gran parcela de monte, en la Toscana.
Veinte años más tarde, al fin, del Jardín del Tarot de Niki
de Saint-Phalle, se abría en Pescia Fiorentina, Capalbio. Una maravilla lúdica.
Un jardín, un bosque encantado, poblado por figuras de sueño, que intentan
devolver a la tierra una parte de sus antiguos moradores, hadas, duendes y
misterios, con los que el arte de Niki intentaba dialogar, con el talento, la
gracia y la ilusión de un artista que soñaba con repoblar el mundo con seres de
encanto, misterio e ilusión, propios de las leyendas y los cuentos infantiles.
Niki de Saint Phalle falleció en 2002 a los 71 años, en San
Diego, California, víctima de una larga y dolorosa enfermedad pulmonar que
algunos de sus familiares y conocidos achacaron a los materiales tóxicos con
los que elaboraba sus creaciones artísticas. No obstante, su muerte no supuso
ni mucho menos el comienzo de su olvido: su obra ha seguido reivindicándose con
fuerza, especialmente en tres exposiciones póstumas en la Toscana (2009), en el
Castillo de Malbrouck (norte de Francia, en 2010) y en el Grand Palais.